Una escuela sustentable construida con residuos
¡Hola 100tíficos! ¿Qué tal estáis pasando
estos últimos días de clase? Espero que bien, porque ya estaréis hartos de
escuela. Aun así, hoy os quiero contar el caso de una escuela un poco especial.
Muchas escuelas en España y en otros
países del mundo disponen de programas de concienciación ecológica. Algunas
cultivan su propio jardín para concienciar a los alumnos del cuidado de la
naturaleza, o cultivan sus propios huertos para concienciar sobre alimentación
sostenible, o incluso usan energías limpias como las placas solares. Pero a 80
kilómetros de Montevideo, la capital de Uruguay, existe una escuela
distinta a todas las demás. Los niños de la localidad de Jaureguiberry, un
pueblo donde viven 500 personas, asisten desde 2016 a la primera escuela en
Latinoamérica construida de residuos y 100% autosustentable.

Cerca de 2.000 neumáticos, 3.000 botellas de
vidrio, 1.500 botellas de plástico y 12.000 latas, junto con la madera, el
vidrio y el cemento necesarios, se emplearon para construir el edificio de
la escuela. El proyecto, apoyado por 200 empresas e instituciones del país suramericano,
se estima que costó menos de 350.000 euros y en su construcción participaron
más de un centenar de voluntarios de 30 países.
Las mañanas de los meses de julio y agosto en el
hemisferio sur son frías, pero dentro de la escuela primaria número 294 se
disfrutan de unos agradables 20ºC. Esta temperatura tan agradable se consigue
gracias a que el edificio está orientado hacia el norte y enterrado en su parte
posterior. Por cómo está construido, se logra mantener la temperatura entre los
18 y los 25 grados centígrados durante todo el año sin necesidad de calefacción
o refrigeración. Además, los paneles fotovoltaicos instalados en el tejado
que auto sustentan la energía de toda la escuela y también pueden ayudar a
conseguir una buena temperatura. El techo del edificio también sirve
para recolecta el agua de lluvia y la traslada a tanques con
capacidad total de 30 mil litros. Luego de un primer proceso de filtrado y
bombeo, esa agua la utilizan los alumnos para lavarse las manos, luego para
regar en el
invernadero, después en los inodoros y, tras dos
cámaras sépticas, el agua residual termina su ciclo en un huerto. La huerta
alimentada de compost rebosa de albahaca, tomates, fresas y acelgas. Una vez
por semana, los niños dedican una hora a su cuidado y a recoger las frutas y
verduras que han plantado y criado, luego las cocinan y comen en el comedor
escolar.
Así que ahora que podéis ayudar un poca a proteger el
medioambiente, ¡sois un poco más científicos!
Marcos Hernández Jiménez
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